martes, 25 de octubre de 2011

Me acuerdo de mi infancia, me acuerdo que no fue hace mucho, yo nací en 1996. Me acuerdo que cuando era chica la vida significaba amigos, fotos, mi mundo de fantasía y mi familia, eso era todo. Pero también me acuerdo que para hacer amigos, todo empezaba con esa pregunta que nadie se animaba a hacer, pero que al fin alguien la hacia y ahí empezaba todo: "¿Queres ser mi amigo?" Y uno respondía que si, o intercambiaba sonrisas sin emitir palabras, dando a entender que claramente, si, quiero ser tu amigo. Y ser tu amigo, significaba pasar  horas y horas juntos, jugar, a veces hasta pelear, hacernos preguntas infantiles, invitarnos a tomar la chocolatada y a armar una casa con sabanas y sillas. A medida de que vamos creciendo los juegos infantiles obviamente, dejan de existir, no nos interesa más, nos aburre y lo borramos del mapa. Me acuerdo que, tanto a mi como a mi hermano nos pasaba lo mismo, teníamos amigos y esos amigos nos preguntaban ¿Y ahora que podemos hacer? Y yo y mi hermano renegábamos por eso. Es que claro, para nosotros, no se trataba de tener que estar haciendo algo concreto o estar hablando, sino simplemente ser amigos, era el hecho de pasar tiempo juntos, sentados en el cordón de una vereda sin la necesidad de estar haciendo algo o continuamente hablando, los silencios se respetaban, se disfrutaban, porque al fin y al cabo lo que nos importaba era estar con nuestros amigos, no divertirnos. Pero la mayoría de nuestros amigos querían estar haciendo algo, divertirse, estar continuamente hablando, sin pausas. Y con el tiempo, me doy cuenta de que esos no son amigos, no porque sean malos, ni porque no nos sean fieles, sino porque, para lo único que quieren tu amistad, es para divertirse, y eso no sirve. Claro esta que es muy difícil encontrar amigos de verdad, esos que con una mirada te entiendan todo, esos que respeten tus silencios y los compartan, esos que no quieren divertirse, esos que como se ríen con vos, también te retan, esos que no son completamente iguales a vos, esos que te apoyan en todos tus proyectos, esos que te dan un abrazo en un mal momento, esos que realmente te quieren como sos, esos que se cagan de risa de tu forma de ser y comparten el mismo humor y que te conocen de pies a cabeza con tan solo verte. Si me preguntan cuantos amigos tengo, seguramente les conteste una cifra muy pequeña, y menos de diez, como mucho, cinco. Pero es hermoso, son pocos y son hermosos, y eso es lo único que importa. Quiero contarles que últimamente me estoy nutriendo de buenos amigos, de amigos verdaderos, de esos que no perdieron la tradición de mostrarte fotos de la infancia, de protegerte, de retarte, de conocerte, de valorarte. Es buenísimo, y vivan esos amigos, que no se pierda la tradición, que es lo único que inventamos, y lo único que va a quedarnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario